20 de abril de 2019

A Scene at the Sea

Si ya de por sí escribo poco en el blog, las entradas sobre cine que he dado a luz deben contarse con los dedos de una mano; a saber hasta cuándo habría que remontarse para encontrar la última. No es casualidad, puesto que el cine no es una de mis pasiones. Y aunque últimamente frecuento más que nunca las salas de cine gracias a los días en los que hay oferta, la verdad es que me he tirado años enteros sin pisarlas y no tengo ninguna costumbre de ver películas en casa. Tampoco es que me lo pase mal degustando este arte, y es por eso que de vez en cuando me sigo interesando por distintas obras e incluso me lanzo a ver alguna a veces.

Estuve pensando y resulta que Takeshi Kitano es el director del que más películas he visto, ¡y eso que no había visto ninguna hasta la pasada década! También hacía un montón que no veía ninguna, así que me puse a mirar su filmografía y me interesé por A Scene at the Sea (Ano natsu, ichiban shizukana umi, 1991), su tercera película, puesto que las dos anteriores las había visto ya. A este director japonés se le suele asociar con películas de tiroteos y locuras varias, pero tiene también algunas cintas bastante tranquilitas, como esta. De hecho, es posible que sea la más tranquila de todas.

La película nos cuenta como Shigeru, un joven sordomudo que trabaja como basurero, se apasiona por el surf después de encontrar una tabla partida de la que alguien se había desecho. Después de darle algún retoque para dejarla minimamente funcional, empieza a practicar con ella. Sus inicios en este deporte no son nada fáciles debido a la dificultad del mismo, y para colmo de males el apaño de su tabla no aguanta demasiado, con lo que acaba desembolsando una buena cantidad de dinero en una nueva. Sin embargo, su tenacidad y pasión por el surf hacen que vaya mejorando poco a poco e incluso acabe decidiéndose por competir en una competición para aficionados. Su progreso es seguido por Takako, su también sordomuda novia, que lo acompaña sin descanso.


Es muy curioso que los dos personajes principales de la película sean sordomudos, y esto hace que haya muy pocos diálogos. Por supuesto, esto potencia que, como ya dije antes, la película sea muy tranquila. Aunque se muestran algunos problemas derivados de la pasión de Shigeru por el surf que incluso llegan a su relación con Takako, considero que durante la gran parte del metraje no pasa nada especialmente interesante y tampoco hay tensión alguna. A pesar de eso no se me hizo aburrida, puesto que los evocadores paisajes junto a los divertidos secundarios y la música de Joe Hisaishi (menos reconocible que en trabajos posteriores, pero no por ello menos genial) hicieron que el visionado fuese agradable.

Y tengo que hablar del final, porque creo que es una parte clave de la película. Intentaré ser lo menos explícito posible acerca de la trama, pero quien no quiera saber nada del mismo es mejor que deje de leer. Mientras estaba viendo la película y acercándome a su conclusión esperaba que la cosa acabase tal cual, sin que pasase nada fuera de lo ordinario. Pero pasó, y encima fue algo triste. Me parece reseñable que en vez de convertirse en un drama, la película termine en su línea, tan tranquila como siempre. Es en ese momento, cuando las imágenes del presente se intercalan con los recuerdos que fabricaron Shigeru y Takako mientras suena el tema principal, cuando uno se da cuenta de que todo encaja y que ahí está el sentimiento, en su forma más clara, que la película quería transmitir al espectador. Ese que llevaba fabricando desde el principio sin que yo me diese cuenta. Quizás fue por esta manera tan peculiar de mostrarlo, que el final me afectó y estuve con el ánimo algo tocadito durante unas horas. Nadie es de piedra...

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